10 de diciembre de 2012

Hartura


No suele pasar, pero a veces es inevitable.
Las cosas cambian, las ideas aparecen y desaparecen, y los cambios son un hecho. En eso no creo que deba rectificar. Pero sí en cómo se producen esas transformaciones. Incluso si éstas se analizan en virtud de una sola variable: el tiempo.
Es inevitable el cambio, que siempre pasa porque pasa el tiempo; pero, en un ambiente cultural, en el que la voluntad tiene mucho más que decir que en la Naturaleza, suelen ser factibles de evitar los cambios profundos. Pero no siempre, como nos está demostrando la crisis.
Siempre me había parecido quimérica la idea de la revolución. Para lo cual solía argumentar en términos de irreversibilidad, apropiándome de términos de la Termodinámica. Es una cuestión de velocidad, de variación respecto al tiempo: más rápido, más difícil la reversibilidad, más cerca de la revolución que de la evolución. Sigo creyendo que una de las consecuencias de la revolución es la irreversibilidad, pero empiezo a decirme: "¿Y qué?".
¿Qué pasa si nos echamos a la calle? ¿Qué pasa si nos negamos a consumir los productos de determinadas multinacionales? ¿Qué pasa si nos oponemos a determinadas leyes? ¿Qué?
Probablemente no pase nada, porque no podrá reunirse tanto acuerdo en la acción, en la praxis. Sucede el acuerdo cuando se ha creado una ideología o una conciencia metafísica aglutinadora de consciencias individuales. Pero eso sólo ocurre contra la guerra, contra el matrimonio homosexual o contra el descenso de un equipo de fútbol a segunda be. En general suele haber un hecho detonante con el que sentirse identificado; es difícil cuando se trata de aunar diferentes interpretaciones de, en el fondo, el mismo hecho detonante. Diferentes interpretaciones como diferentes situaciones individuales o familiares.
Hay sin embargo una misma intención subyacente en las grandes corporaciones. Una intención que se justifica en términos de supervivencia. ¿Supervivencia? ¿De quién, de qué?
Cuando escucho que todos hemos colaborado en la crisis, dudo. No sé si todos nos hemos hartado de ganar dinero, de adquirir bienes (curiosa palabra). Algunas personas nunca se hartan de ganar. Pero muchas personas nos estamos hartando de ver tanto abuso; si ganaran y no nos perjudicara, fenomenal, pero no es el caso. Se produce un hartazgo. Pero, dada la escasez de miras de quienes no se hartan, prefiero llamarlo hartura, por la falta de altura de sus personas.
Yo, al menos, estoy harto de que algunos políticos se espíen o dejen de espiarse para tapar o indagar las perversiones que hacen en su intimidad, ocultos tras su poder de intimidación, preocupados de beneficiar a personas que puedan reportarles comisiones. Estoy harto de que encima se erijan en víctimas, como si lo más importante fuera su partido, ni siquiera su persona. Estoy harto de los empresarios modelo, aquellos que se creen que ganar un poco más que la competencia es justo, que no es robar. Estoy harto del valor añadido, de la expresión "calidad de vida" y de la ñoñería de quienes alaban al nuevo traje del emperador. Estoy harto de la realidad virtual que nos mantiene alejados de la calle, de los amigos, de la familia y de las relaciones cordiales, la realidad que nos hacen ver como un concurso de habilidades, de videojuego en el que las malas artes son buenas en la medida en que nos permite pasar a la siguiente fase. Estoy hasta las narices de que todo sea culpa del gobierno de turno, de que no confiemos en nuestras posibilidades. No soporto más tanta beligerancia hacia quienes se cuestionan supuestas verdades absolutas, como la religión. Me indigna quienes critican "Educación para la Ciudadanía" basándose en un supuesto adoctrinamiento, como si no lo fuera "Lengua" o "Conocimiento del Medio", o como si antepusieran la moral católica a los valores de tolerancia de nuestra Constitución o de los Derechos Humanos. Yo también me estoy cansando de tolerar algunas cosas.
Si el fin justifica los medios, quizá sea la hora de empezar a reflexionar sobre la revolución que han empezado ellos: dando pábulo a las supuestas necesidades de supervivencia de las grandes empresas, diseñando y aplicando EREs a diestro y siniestro, moviendo el cashflow que les hemos dado para sus activos tóxicos... Estoy harto de ser prudente. Harto de contener mi ira contra quienes no tienen ningún miramiento hacia los demás.
¿Por qué hemos de contentarnos con las migajas que nos dejan unos miserables? Si ellos no están hartos, yo sí. Si ellos revolucionan, otros tendremos derecho también, ¿no?

PD: Intentaré una entrada más light la próxima vez

 

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