28 de abril de 2013

Engordar para morir

Todos nos esforzamos, pero, quien cree tener más que otros, piensa que se ha esforzado más. Justicia: “a cada cual lo suyo”. Justicia: “tengo más porque lo merezco”. Paralogismo fruto de nuestros miedos. Quizá el miedo a los otros devenga del miedo general al futuro: rivales para una vida mejor. Sociales en la comparación, genéricos en lo social, planteamos la vida por generalidades, sin reflexionar sobre nuestra individualidad. “Si el stablishment dice tres, no puedo tener dos, si acaso, más”.


Hasta ahora hemos vivido en el sofisma de que tener más que otros es a causa de nuestro mayor esfuerzo. A lo mejor es ahora cuando podemos reflexionar sobre ello y valorar qué es “tener más”. ¿Se puede cuantificar todo? ¿Acaso todos los esfuerzos redundan en el mismo beneficio?

Fijémonos en un especulador cualquiera o, mejor, en el que cada lector elija. Quienes creen “tener menos”, pensarán de esa persona que lo que tiene es más fruto del azar que de su esfuerzo, que tuvo más suerte que ellos. Pero el especulador en cuestión se ocupará de recordarles todo el recorrido efectuado hasta llegar hasta donde está: todo lo que ha arriesgado, toda la información que ha recopilado y todo el tiempo que ha dedicado a ésas y otras tareas. ¿Cómo podemos discernir quién se ha esforzado más? Se trata también de rendimiento, de eficacia. Suponiendo que se pudiera mensurar el esfuerzo sin contar con el rendimiento, el especulador podría haber conseguido más porque hubiera dado con el sistema más adecuado. Así es la vida, como se suele decir: unos tiran por un camino y les va bien, y otros siguen por otro y no les va tan bien; unos llegan a bifurcaciones con peores tramos que otros y a pesar de eso les va mejor a que a otros con a priori mejores opciones. También pasa.

Pero incluso en estas situaciones la fortuna es un espejismo. No podemos afirmar categóricamente que los más preparados tengan más garantía de éxito, mejores opciones en cada bifurcación, al fin y al cabo. Por la sencilla razón de que el logro sólo es un aspecto de nuestra realidad. Pregúntenle al especulador si ya ha logrado lo que quería. Es decir, también es fortuna verificar que lo que se logra es lo que se quería conseguir.

Cometemos el error de meter todo en el mismo saco: no todo el que tiene más dinero es un ser abyecto, ni todo el que tiene más dinero es más feliz que quien no tiene tanto. A mi humilde juicio, hay umbrales no cuantificables de forma perfecta pero sí de forma intuitiva.  Quizá con 11.500 € al año es suficiente, según el estudio elaborado por Manuel Baucells, profesor de la escuela de negocios IESE, y Rakesh K. Sarín, de la UCLA Anderson School of Management de la Universidad de California.

Quedémonos con la intuición que tenga cada cual de qué es lo que necesita para ser más feliz, sin saber exactamente qué es ser feliz. ¿Es más feliz el artesano que realiza unas alpargatas que el empresario que monta una fábrica de alpargatas? Centrándonos en algo más cercano como es la satisfacción, puede que ambos se sientan igual de satisfechos en sus respectivas tareas, tanto de procesos como de resultados. Y puede que ambos se hayan esforzado en la misma medida. Y hasta con la misma eficacia: ¿se puede comparar la satisfacción de un comprador de alpargatas únicas y más caras con la de miles de compradores con alpargatas iguales, más baratas y que sirven para lo mismo?

No es tanto el beneficio como el perjuicio. En el fondo a nadie nos importa que a los demás les vaya bien siempre y cuando a nosotros no nos vaya mal. A nadie nos ha importado (o no demasiado) que las inmobiliarias ganaran dinero a espuertas durante una década porque (aparentemente) a todos nos seguía yendo bien. Pero ahora culpamos a las inmobiliarias, entre otros agentes (las entidades financieras especialmente), de los males que nos aquejan.

Ante ésta y otras crisis se me ocurren dos maneras de pensar:
a) Siempre hay alguien más cualificado (más listo si se quiere) que podría haber advertido los cambios funestos.
b) Nadie puede determinar del todo las consecuencias.

De las dos, me quedo con la segunda: por optimismo, porque creo en la naturaleza humana (volitiva, cultural, reflexiva, adaptativa... en suma, inteligente) y porque no creo alcanzable el conocimiento de toda la realidad, es decir, no somos suficientemente inteligentes. No niego, sin embargo, la primera opción: que hubiera personas preparadas para vaticinar algunas consecuencias, pero dudo de que hubieran alcanzado una certeza convincente. Por ejemplo: ¿quién nos iba a decir que la producción en serie del Ford T nos iba a llevar al caos circulatorio de las ciudades, a los numerosos accidentes de tráfico o la desastrosa contaminación? En su día fue visto como un gran avance.

En este sentido, cabe preguntarse si ha habido instituciones (gobiernos, FMI, UE, OCDE...) suficientemente informados como para ser conscientes de la actual crisis. No me cabe duda de que han podido tener la intuición o algunas señales de precaución y de que, a pesar de eso, han pesado más los intereses personales de quienes formaban parte de estas instituciones. Pero, tampoco me cabe duda de que, si hubieran tenido la certeza absoluta de la crisis, hubieran puesto los medios adecuados... no sólo por los demás, sino incluso por ellos mismos (a no ser que fueran psicópatas). Pero nunca han tenido la certeza porque siempre han tenido la esperanza de que “no sería para tanto”. Una esperanza por la que todos hemos pasado cuando no nos ha ido la vida en ello, la esperanza que nos invita a pensar: “venga, un poquito más”. Es la esperanza de creernos conocedores de toda la realidad, asumiendo que el futuro también es realidad. ¡Qué ilusos!


Lo paradójico es que el pasado lo conocemos mejor que el futuro y, aunque en ocasiones se pueden buscar remedios en el pasado para el presente, el pasado lo damos por perdido. Por ejemplo: ¿por qué hipotecar a millones de contribuyentes si se pueden pedir cuentas a quienes se forraron ilícitamente en el pasado? Muchos lo hicieron legalmente, como también vivieron sin estar montados en el dólar millones de contribuyentes, ¿por qué a millones sí y a unos cuántos miles de personas no? ¿Consistirá en eso la crisis, en una especie de aniquilación malthusiana? Entonces, no hay justicia.

Sin duda, estamos en manos de alguien, pero, ¿de quién o Quién?


1 comentario:

  1. De verdad crees que se puede concienciar a la peña para que no se deje llevar por las modas? Me mola como unes una idea con la siguiente y me parece muy original cada una de esas ideas.

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