12 de julio de 2014

Yupi y su mundo


Hoy no les voy a hablar de enseñanza. Quizá tampoco de educación. Solo pretendo mostrarles una convicción, que como tal, acaso sea un sueño. Puede ser. Pero aún no he despertado. Si quieren pasar, pasen, adelante. Mas les advierto, es posible que hable de amor, por las personas, por nuestro entorno social, físico... cósmico. E, incluso, amor por una de nuestras grandes creaciones: nuestro pensamiento y nuestra cultura. Nuestro patrimonio.


¿Alguien se ha preguntado alguna vez para qué sirve aprender? Conozco a muchas personas que sí se lo han preguntado. ¿Alguien se ha preguntado qué merece la pena aprender? Conozco a otro tanto número de personas que también se han preguntado esto. Pero intuyo que hay muchas personas que no se lo cuestionan; aprenden y punto. Por necesidad, por miedo, por placer o porque sí. Aprendemos. De múltiples formas (por ensayo-error, por imitación, por repetición...), unas veces conscientemente, otras sin darnos cuenta. ¿Qué es mejor, qué es peor? No hay respuestas claras: a veces nos va bien imitar unos pasos de baile para divertirnos, otras veces nos puede ir mejor practicar esos pasos ad nauseam para llegar a ser primera figura del Bolshoi, y a veces bailamos para evitar que cierren una planta metalúrgica en Sheffield.

Aprendemos desde que nacemos. Pero no empezamos a recapacitar sobre esto hasta que vamos cumpliendo años. En las reflexiones que vamos haciendo nos permitimos seleccionar aquello que preferimos aprender y cómo lo queremos aprender. Si nos lo permiten, pues no siempre es así, y siempre dentro de unas circunstancias personales. Por ejemplo: si nos muestran películas de princesas, es más probable que queramos evocar esos mundos de hadas y nos esforcemos por aprender todo acerca de ello; si no tenemos acceso a soporte escrito, difícilmente nos surgirá el deseo de aprender a leer; si nos dicen con cuatro años que tenemos que tejer alfombras, es muy probable que intentemos aprender a sobrevivir explotados, y poco más. Imaginen el ejemplo que quieran, pero aprender depende de los estímulos disponibles.

Nótese que hay estímulos que pueden ser fruto de nuestros propios pensamientos. Si hemos sido capaces de reflexionar, el fruto de esa reflexión, por simple que sea, también será un estímulo sobre el que podremos aprender. Volviendo sobre los ejemplos anteriores: si al cabo de los años no hemos encontrado al príncipe azul, podremos aprender que la vida es maravillosa sin príncipes azules o, si no, que nuestra vida emocional es un desastre; si a pesar de no haber visto un soporte escrito en la primera infancia, nos preguntamos cómo el hombre blanco saca un cacharro del bolsillo, lo golpea y lo acaricia con el dedo, puede que algún día manejemos también un smartphone para leer y escribir mensajes, o grandes textos; si hemos sobrevivido tejiendo alfombras desde los cuatro años, llegará un momento en que elijamos explotar a otros o bien levantarnos contra los explotadores.

Pues bien, aunque aprendemos por nuestra cuenta (“Nadie puede aprender por mí, como nadie puede alimentarse por mí”, trivial), dependemos de nuestro entorno social, cultural... Quienes tenemos la suerte de habernos desarrollado en un entorno mejor, lo hemos tenido más fácil para haber vivido mejor. Pero quien no ha tenido esa suerte, lo ha tenido crudo y es muy probable que siga teniéndolo muy crudo. Esta evidencia se da de bruces una y otra vez con la Declaración Universal de Derechos Humanos (como tantas y tantas miserias humanas). El comienzo de su artículo 26 es crucial: “Toda persona tiene derecho a la educación”. Con la laxa exposición que he hecho sobre el aprendizaje y esta simple frase debería bastar para comprender el porqué de la educación formal (su obligatoriedad, su organización sistemática, la garantía de unos contenidos de aprendizaje mínimos...): la educación formal contribuye a garantizar el acceso a la cultura de cualquier persona, especialmente de los más desfavorecidos.

Sin embargo, la mayoría de ustedes habrán caído en la cuenta de que el aprendizaje se produce a lo largo de toda la vida. Donde es posible, acudiremos de nuevo a la educación formal, pero si no, quizá podamos acudir a la educación no formal y a la informal. Detrás de las cuales, como en la educación formal o reglada, hay personas preocupadas y ocupadas en que disfrutemos mejor de este mundo. Gris para la mayoría, pero al que aún confiamos mejorar algunos porque es el único que habitamos, aunque jamás llegue a ser uno de los mundos de Yupi.

Vaya por los educadores y los divulgadores el homenaje de este humilde post, con este regalo de la UNESCO.

Portada de El Correo de la UNESCO por su trigésimo aniversario

NOTAS:

- Tomado del propio texto: 
68 páginas [formato .pdf] de historietas ilustradas en las que se relatan las aventuras y viajes de un muchacho, un muchacho cualquiera, como hay tantos, que recorre el mundo para conocer directamente las múltiples actividades de la UNESCO”.
Las historietas ilustradas que forman este número han sido concebidas y realizadas en su totalidad por un biólogo francés de 28 años, Jean-Marie Clément, investigador en materia de genética molecular. Le ha ayudado en esta tarea su mujer, Safoura Asfia, especialista en genética y miembro de la Delegación Permanente de Irán en la UNESCO”.

- Verán que muchas cosas han cambiado desde 1976 (el avance espectacular en genética molecular o el régimen de Irán), pero la situación de millones de personas sigue siendo desesperante. Eso no ha cambiado y debemos seguir haciendo por que empiecen a disfrutar una vida digna, al menos digna.



5 comentarios:

  1. pues a mi la película de full monty no me gustó

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  2. pues yo tengo una prima que vive en Coimbra

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    1. Pues el amigo de un primo segundo mío, estuvo pensando en ir allí.

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  3. Pues a mi me ha encantado el post. Y el cómic de la Unesco me parece una gran aportación historiografica

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