29 de marzo de 2016

Un curso que aún no ha acabado

Me aventuro a afirmar que usted, lector, ha pasado por la escuela. Desconozco su experiencia, pero no creo alejarme mucho si digo que en algún instante empezó a preguntarse para qué servía ir al cole o al insti. Es más, quizá se lo siga preguntando bien entrado en la vida adulta, tras advertir que tal vez el mundo gire a su aire, independientemente de lo que usted crea haber aprendido en su periplo escolar. Es probable que haya descubierto realidades horribles que en el confort de la infancia parecían no existir ni en el peor de los cuentos. Pese a todo, espero que confíe en que muchas cosas pueden ser mejorables y para usted va dirigido este utópico relato.


'Nueva Armonía' (F. Bate, 1838): Una comunidad en la visión del socialismo utópico de R. Owen


Quizá no sea tan utópico. Dice así:

En un aula muy lejana, en un tiempo recóndito se encontraron el corazón y la palabra. La palabra, que era muy evidente, le inquirió al corazón:

—Me fascina tu latir, pero ¿no te aburres?

El corazón, henchido de adrenalina, contestó fastuoso:

—Jamás. Es mi sino. Las emociones me alimentan de orgullo, alegría... Mi alma es el amor y sólo albergo sentimientos de paz, cariño, pasión...

La palabra, más dicharachera, no podía permitir tamaña verborrea. Le interrumpió y se fue —¡menudo es el genio de la palabra!—. El corazón, confundido, comenzó a sentirse extraño: «¿Qué me pasa? ¿Tendré un sentimiento nuevo?».

La palabra comenzó a mirarlo desde su pupitre poniendo acento en sus ojos y espacio en el contexto. El corazón, siempre solo, por fin caía en la cuenta de su aislamiento. No acertaba a identificarlo y no se atrevía a llamarlo sentimiento.

Cuando la señora Mente pasó al aula, vio algo insólito: el corazón arrítmico. Entonces le preguntó:

—Hola, corazón. ¿Qué tal las vacaciones?

—Bien,
profe, todo muy bien —contestó aún angustiado el corazón.

—¿Te alegras de venir a clase? —continuó curiosa Mente.

—Esto... sí, sí, claro, estoy contento de conocer el
cole, es un placer conocerla, señorita —contestó de nuevo, cada vez más colorado.

Doña Mente saludó a la palabra y esta vez les preguntó a los dos:

—¿Dónde están los demás?

La palabra, con desparpajo, contestó:

—¡Oh!, posiblemente lleguen más tarde. Siendo hoy el primer día, es comprensible que muchos se hayan retrasado o que incluso no hayan reparado en que hoy comenzaba el
cole. Que, por otra parte...

—Sí, sí. Te entiendo, palabra. Puede que tengas razón, que es algo que veremos más adelante, lo de la razón digo... Bueno, que es posible lo que comentas. Así que, ¿qué os parece si nos presentamos?

Expresado este pensamiento, la señora Mente tomó una silla y se sentó entre ambos. Pronto se animó la palabra:

—Yo soy la palabra y me encanta dirigirme a todo el mundo. Mis padres, el texto y la frase, me quieren mucho porque dicen grandes cosas de mí. Aunque soy una niña, ya sé que la escuela es una expresión más afortunada que el
cole. Mi abuelo, el metalenguaje, siempre dice que no debemos juzgar a los vocablos sólo por lo que son, sino también por lo que significan. Vivo entre dos casas: la de los objetos y la de los conceptos, pero mis padres dicen que el verdadero lugar de uno está en todas partes porque no se debe leer entre líneas...

La maestra, boquiabierta, no dejaba de escucharla mientras pensaba para sí: «¡Portento de niña!». Una vez hubo acabado, cedió el turno (de palabra) al corazón. Mas, éste, lleno de congoja, apenas latía a cincuenta pulsaciones, una lividez le había inundado por todo el cuerpo y apenas se atrevió a musitar:

—Yo, yo...

—¿Sí, corazón?

—Yo, yo

Hasta que empezó a latir muy deprisa. Dominado por la taquicardia, empezó a sollozar:

—No sé, no sé qué me pasa. Ya no estoy contento y necesito que me hablen, que me mimen... ¡No quiero estar solo!

La maestra acudió a abrazarlo. Le acariciaba los capilares tratando de tranquilizarlo:

—Calma, calma, no estás solo, nos tienes aquí. Ya verás, vamos aprender que no estamos solos, que los demás nos quieren, que entre todos haremos un mundo mejor, y conocerás que los sentimientos viajan como el viento...

Al escuchar esto, el corazón miró a la maestra y susurró:

—¿Es verdad?

—Claro, los sentimientos están en ti, pero son muchos y variados. Y, aunque no sepas poner nombres a todos, comprenderás que a veces basta con sentirlos. Pero no te preocupes; hoy es el primer día.

El corazón se calmó.

Ese día siguieron conversando de muchas cosas: de anatomía, de psicología, de matemáticas, de ética, de política, de química, de la amistad, de los compañeros... Contenidos que irían trabajando durante todo el curso.

Un curso que aún no ha acabado.




BONUS: "Yupi y su mundo"